Esta semana Kristine Tompkins, la viuda del filántropo Douglas Tompkins, estuvo de visita en Chile. A sus 74 años, parte importante de su periplo consistió en una caminata de cuatro días por Cabo Froward, para entender y conocer el lugar en profundidad.
Se trata del futuro Parque Nacional que está próximo a ver la luz en Chile y que será el octavo que ayuda a crear en el país, aunque es el primero como Fundación Rewilding, la entidad que ella preside, una institución sin fines de lucro que nació en 2021, después de la muerte, en 2015, de Douglas Tompkins en un inesperado accidente en kayak en el Lago General Carrera. El objetivo de la entidad es proteger el legado conservacionista que ambos comenzaron a forjar hace ya 31 años en Chile, y también en Argentina.
Kristine nació en el sur de California y vivió gran parte de su vida en el rancho de su bisabuelo y un período en Venezuela, por el trabajo de su padre. Y tras graduarse de la Universidad de Idaho, entró a trabajar con unos amigos de la adolescencia, Yvon y Malinda Chouinard, en la ese entonces recién creada compañía Patagonia, de la que fue su CEO y en la que trabajó hasta 1993.
Y es que ese año, dejó todo para venirse al sur de Chile con Douglas Tompkins, el cofundador de The North Face y de Esprit, y quien ya había dado un paso al costado de los negocios para instalarse en la Patagonia chilena, atraído por un país que había conocido en los años ‘60 como apasionado del alpinismo. Tras enamorarse, se casaron y emprendieron juntos este camino de conservación del medio ambiente.
El primer parque fue Pumalín, en un modelo en el que fueron adquiriendo grandes extensiones de tierras para luego donarlas al Estado de Chile, de modo de ayudar a crear parques nacionales, que se han complementado con terrenos fiscales para su conformación. Sólo en Chile, los Tompkins han donado la friolera de unas 520 mil hectáreas.
Para este octavo parque -ubicado en el confín de Chile, en la península de Brunswick, en el Estrecho de Magallanes-, ya han ingresado cuatro lotes al Ministerio de Bienes Nacionales, en dos grandes propiedades. Una, de 93.492 hectáreas y otra, de 33.810 hectáreas, que corresponde al sector de Puerto Gallant.
Según el cronograma previsto, se aprobaron los fondos para llevar a cabo la consulta indígena, con miras a que durante el próximo año ocurra la oficialización del parque, con la firma del decreto respectivo.
Esta es la primera vez, además, que participan como donantes otros dos actores chilenos, la Fundación Drake y Lucy Ana Avilés.
“Creo que hay más interés en la conservación. Hay ejemplos de privados que quieren proteger sus propios lugares y cambiar el manejo hacia un terreno mucho más ecológicamente sano. Ha habido grandes cambios en la comunidad chilena con respecto a la conservación, en la compra de territorios con la intención de protegerlos. Creo que eso ha cambiado enormemente en los últimos 30 años, pero no creo que haya cambiado el statu quo en Estados Unidos, dentro de la UE o aquí en Chile, en las industrias en sí mismas. No han cambiado mucho”, opina Kristine Tompkins, en una entrevista en la que repasa su vida, su trayectoria, su relación con Douglas Tompkins, cómo siguió adelante tras su inesperada partida y, por supuesto, el futuro de la conservación y hasta su preocupación por el triunfo de Donald Trump (ver recuadro).
“Espero que nuestro legado sea que formamos equipos para hacer lo que yo llamaría nuestro estilo de conservación, que es a gran escala, agresivo”.
Hoy en día, Kris Tompkins ya no vive de tiempo completo en Chile. Fue a propósito del Covid, cuando le avisaron de la embajada que se iban a acabar los vuelos desde Chile en dos días, que decidió viajar a ver a su familia, pensando en que el virus iba a pasar en un par de meses y no los tres años que resultaron ser. Hoy afirma que no va vivir en Chile full time, “porque volví a ver a mi familia. Estuve muy poco tiempo con ellos y estoy trabajando en la empresa Patagonia (en el directorio y en el Trustee o fideicomiso). Sí quiero pasar más tiempo acá y en Argentina, pero nunca full time”, relata.
Y es que Kristine ya tiene planificado el camino de la sucesión para Rewilding Chile, con el equipo de Carolina Morgado e Ingrid Espinoza, directora ejecutiva y directora de conservación de la entidad, respectivamente. “Cuando murió Doug decidí muy rápidamente que el equipo de Chile y de Argentina tienen que ser independientes.
Porque si algo pasa conmigo, el riesgo desde mi punto de vista, es que puedan estar menos preparados para ese momento. Entonces, empezamos ya con este proceso, que fue muy duro para todos. Si estoy acá, cada cosa va a ser discutida conmigo. (…)
Estoy donde me necesiten. Siempre estaré hasta el día que me muera y voy a centrar el trabajo de mi vida en Chile y Argentina. Pero me ha ayudado el no estar aquí todo el tiempo. No puedes ser realmente independiente hasta que cometas tus propios errores.
Siempre estaré allí si me necesitan, pero no puedes criar niños fuertes si estás encima de sus cabezas. Estamos muy orgullosos de estos 30 años. Pero esa fue una época, y nosotros queremos varias épocas más. Entonces, hay una primera generación, una segunda generación, y ya estamos trabajando para la tercera generación”, expone.
Birdie
Sentada en un hotel de Santiago tras su travesía por Cabo Froward, Kristine Tompkins se anima a rememorar el capítulo más personal de su vida con Douglas Tompkins, que la trajo a Chile:
“Después de que nos encontramos en Argentina, me llamó a California y me dijo, ‘¿qué estás haciendo?’ Y yo dije, ‘me voy a París, tengo que ir a trabajar en la oficina de París’. Y él dijo ‘iré a París y te llevaré a cenar’. Estábamos en el metro, había saxofonistas, porque la acústica en el metro es muy buena. Pasamos por uno, me detuve y comencé a bailar. Él se dio la vuelta, y dijo ‘vamos birdie’ (pajarito), sólo porque mis brazos se movían. Él nunca, nunca más, me llamó Kris de nuevo.Yo tampoco lo llamé Doug. Significaría que nos estábamos divorciando”, revela.
Y continúa: “Sigo tan enamorada de él. Es imposible no amarlo. Audaz, te vuelve tan loca. Y por eso creo que aprendió a dejar enormes oleadas de amor alrededor. Podíamos pelear como gatos, pero nunca conocí a nadie como él. Nunca lo conoceré. No lo había conocido antes. Era tan hermoso, físicamente hermoso, incluso cuando envejeció. Y era un hombre culto, y completamente salvaje. No encuentras eso muy a menudo”, describe.
– El año pasado se cumplieron 30 años desde que usted se instaló en Chile, siguiendo a Douglas Tompkins. ¿Cómo analiza esa decisión de vida?
– Si Doug estuviera sentado acá diría lo mismo: Esto nos salvó nuestra vida. Fue emocionante, poderoso, hermoso. Podíamos hacer cualquier cosa con nuestras vidas, y lo dejamos, porque entendimos que todo eso es fabuloso, pero que eso no lo es todo. Este trabajo salvó la vida de Doug. Y yo digo exactamente lo mismo.
– ¿Tras la muerte de Douglas Tompkins pensó en no continuar con este trabajo?
– No. Lo último que puedes hacer cuando pierdes a la persona que te ayudó a respirar, es alejarte de las cosas que estábamos haciendo juntos. Eso habría acabado conmigo. Nunca hubo dudas. Cuando murió, estaba claro y no había forma de detenernos. De hecho, sube el acelerador.
– ¿Dejó algún proyecto pendiente?
– Dos campos en Argentina agrícolas grandes, con tres sentidos: belleza, producción y sostenibilidad de los suelos. Los vendí después de su muerte, con mucho dolor. Siempre decía “si no podemos hacer bien la agricultura, olvidémonos de todo lo demás”. Y vivió eso a través de estas últimas granjas. Dejar ir las dos últimas granjas, fue definitivamente lo más difícil.
“Por supuesto que Chile puede prosperar”
– En los primeros años cuando llegaron a Chile y empezaron a desarrollar el conservacionismo, tuvieron que lidiar con mucha desconfianza y oposición. ¿Concede que hubo razones para esa desconfianza?
– Claro. Éramos muy abiertos en esa época. No ocultábamos nada, pero sobreestimamos el entusiasmo que tendría la gente con la idea de que pudiéramos adquirir estos bosques y simplemente no los talaríamos y haríamos parques. No sabíamos que serían parques nacionales en ese momento. Y por supuesto, éramos de Estados Unidos, que tenía una muy mala reputación en Chile, especialmente después de la dictadura. Así es que lo veo hoy con ojos completamente diferentes. Me sorprendería que eso no hubiera sucedido. Muchos chilenos vienen y nos dicen: “Siento mucho la forma en que los tratamos en esos primeros años”.
Y aprecio escuchar eso, pero también sé que las circunstancias eran tales que eso iba a suceder, y simplemente no lo anticipamos. Y la otra cosa que estaba sucediendo al mismo tiempo, fue la expansión temprana de la industria del salmón, y tomamos una postura muy firme al respecto, debido a la degradación de los paisajes marinos. Eso también influyó.
– En esa época había mucha preocupación de ganaderos, salmoneros, había una evidente confrontación por el uso del territorio. ¿Hoy día usted tiene una mejor opinión de esta industria y ve que han mejorado sus prácticas productivas?
– Mi opinión personal es que no ha mejorado. Y eso, unido a la expansión de la industria incluso en zonas protegidas, es una de las circunstancias más graves. No creo que haya mejorado y no creo que la industria del salmón esté dispuesta todavía.
– ¿Para usted es compatible el conservacionismo con las actividades económicas?
– Sí, tienen que ser compatibles. Pero eso no va a pasar hasta que la parte industrial reconozca que no habrá mercado por sus productos si colapsa la civilización. La gente tiene que entender que no se puede ser la última empresa que se lleve el último árbol, o la última pulgada de suelo del Amazonas. Les digo a las personas que entiendan que no es un trabajo ambiental salvar a la Tierra. Nuestro trabajo es decir que la Tierra está enferma. La extinción (no humana) en el mundo es real y crece cada día más rápido.
– Entonces, ¿es necesario sacrificar crecimiento económico y empleo, en pos de la conservación de los ecosistemas? ¿O son compatibles?
– Sí, pero no podemos tenerlo todo. La cuestión es qué se produce, cómo se produce, cuál es el comportamiento de los consumidores como nosotros. No se puede tener todo. El sistema se está derrumbando. Los efectos del clima afectan a cientos de millones de personas hoy en día. ¿Es eso sostenible? Si no dejas de mirar la producción sólo por el bien de la producción, incluso las grandes empresas se quedarán sin negocio. Entonces, ¿puede un país prosperar? Por supuesto que puede. Pero dentro de los límites de un paradigma ecológico. Hay que cambiar las preguntas.
¿Puede Chile prosperar? Por supuesto que Chile puede prosperar. Tiene miles de kilómetros de mar, una gran tierra agrícola.
US$ 400 millones en valor
A la fecha, el trabajo desplegado por Douglas y Kristine Tompkins en Chile se ha traducido en la donación de unas 520 mil hectáreas. Si se suma lo obrado en Argentina, como patrimonio en tierras donadas y luego restauradas y entregadas como parques full funcionando, esta donación equivale a un valor monetario de unos US$ 400 millones, sin incluir otros proyectos agrícolas.
– Después del impulso de ustedes, han surgido en Chile más proyectos conservacionistas, pero privados con acceso público, y no como donación al Estado.
¿Por qué perseveró en este modelo?
– Podríamos haberlo comprado todo, haber puesto un candado en la puerta de entrada y haber dicho, “bueno, estos son parques, son territorios de conservación privados”.
Pero se pierde el objetivo de salvar las joyas de un país y convertirlas en lugares donde todos sean bienvenidos. Si estás tratando de cambiar una sociedad, una cultura, hacia la belleza, hacia la apreciación, hacia el conocimiento de sus territorios, ese es el 85% de la razón para hacer esto.
Así que para nosotros nunca hubo una duda. Si compro un Picasso y lo cuelgo en mi sala de estar, a mi familia y a mis amigos les encantará. Pero si tomo ese Picasso y lo pongo en el MoMA de Nueva York, o lo cuelgo aquí en Santiago, millones de personas al año verán ese cuadro y se enamorarán de él. Así es como, a largo plazo, logramos que la gente se enamore de sus lugares.
– ¿Tiene confianza en la gestión del Estado chileno en estos parques?
– Sí.
– ¿Cuál es el legado más importante de Douglas Tompkins y suyo, aparte de los parques en su sentido físico?
– Cuando pienso en el legado, pienso en la segunda, tercera y cuarta generación. Eso es lo que más me importa. No miro demasiado hacia atrás, estoy orgullosa de ello, pero lo que me resulta interesante es que espero que nuestro legado sea que formamos equipos para hacer lo que yo llamaría nuestro estilo de conservación, que es a gran escala, agresivo. Nada es imposible y nunca se deja atrás a las poblaciones humanas mientras se intenta salvar el mundo no humano. Para mí, eso es lo que quiero. 30 años son sólo la base, la fundación.
– ¿Es optimista o pesimista del futuro de la Patagonia y del planeta?
– Soy pesimista sobre este siglo. No veo ninguna señal de que las cosas vayan a mejorar. Y estamos más o menos en 2030. ¿Sabes lo que me tiene harta que me pregunten? Cuando me preguntan si tengo esperanza, lo único que están haciendo es pensar “oh, bueno, si alguien como Kris Tompkins tiene esperanza, estoy bien”. Tienes que luchar para tener esperanza. Tienes que ganarte la esperanza. Es un músculo. Si no estás haciendo nada, no la mereces. Yo lo digo muy públicamente, y a menudo: si quieres tener esperanza, ve a trabajar por ella. Te levantas de tu silla y vas al grupo de conservación local. O al tipo que está contando ranas, o lo que sea. Sal y ponte a trabajar. No importa quién seas o qué edad tengas. Si no estás participando, te mereces lo que te pasa.
– ¿Ha pensado en el retiro?
– No lo creo. Ni siquiera me gusta tomar vacaciones, sentada en una playa, con esta piel (muestra su brazo), no puedo. Para responder a su pregunta, la respuesta es no.
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