Chile, Congo e Indonesia: las nuevas superpotencias de las materias primas

Los países que producen los metales fundamentales para la transición energética quieren reescribir las reglas de la minería. ¿Lo lograrán?

El paisaje marrón rojizo de Tenke-Fungurume, una de las mayores minas de cobre y cobalto del mundo en la República Democrática del Congo (RDC), está cubierto por decenas de miles de sacos polvorientos.

Los sacos apilados al borde de la carretera y junto a los edificios contienen un alijo de hidróxido de cobalto en polvo equivalente a casi una décima parte del consumo anual mundial, con un valor aproximado de US$ 500 millones.

Las desordenadas existencias de este polvo verde brillante, ingrediente clave de las baterías de los coches eléctricos, muestran cómo la RDC, el mayor productor mundial de cobalto, está empezando a sacar músculo en lo que respecta a los metales necesarios para la transición energética.

CMOC, la empresa china que explota la mina de Tenke-Fungurume, acordó en abril pagar US$ 800 millones al gobierno local para resolver un litigio fiscal por el que la empresa había sido objeto de una prohibición de exportación durante los diez meses anteriores.

Y ahora el gobierno de la RDC está llevando a cabo una revisión exhaustiva de todas sus empresas mineras conjuntas con inversores extranjeros. “No estamos satisfechos. Ninguno de estos contratos crea valor para nosotros”, afirma Guy Robert Lukama, director de la empresa minera estatal de la RDC, Gécamines.

A la entrada de su oficina, una vitrina con rocas de alta mineralización pone de manifiesto las riquezas que ofrece. Lukama también aboga por la intervención gubernamental para mantener altos los precios del cobalto: “Hay que organizar adecuadamente el exceso de oferta. Algunas cuotas de exportación serían útiles”, afirma.

La RDC no está ni mucho menos sola. A medida que el mundo pasa de un sistema energético basado en combustibles fósiles a otro alimentado por electricidad y energías renovables, la demanda mundial de materiales como cobre, cobalto, níquel y litio está transformando la suerte de los países que los producen.

La extracción de determinados metales está muy concentrada en unos pocos países. En el caso del cobalto, la RDC concentra el 70% de la extracción mundial. En el caso del níquel, los tres principales productores (Indonesia, Filipinas y Rusia) acaparan dos tercios del mercado. En cuanto al litio, los tres mayores productores (Australia, Chile y China) acaparan más del 90%.

La demanda no hará sino crecer en los próximos años. Según la Agencia Internacional de la Energía, de acuerdo con los planes actuales, ninguna de estas materias primas clave tendrá suficientes minas en funcionamiento en 2030 para construir la infraestructura necesaria para limitar el calentamiento global a 1,5 ºC por encima de los niveles preindustriales.

Para finales de esta década, el incipiente mercado del litio deberá triplicar su tamaño, mientras que la oferta de cobre se quedará corta en 2,4 millones de toneladas, afirma.

La creciente demanda de estas materias primas está empezando a sacudir tanto la economía como la geopolítica del mundo de la energía.

Las cadenas de suministro de algunos de estos metales se están enredando en las crecientes tensiones entre Occidente y China, que domina la capacidad de procesamiento de litio, cobalto y tierras raras y se está planteando restringir las exportaciones de algunos materiales. Los gobiernos, desde Washington a Bruselas o Tokio, están evaluando dónde pueden abastecerse de forma fiable de minerales críticos sin pasar por la órbita de Pekín.

Este cambio también está transformando a algunos países más pequeños e históricamente subdesarrollados en superpotencias de materias primas. Y sus gobiernos se han propuesto reescribir las reglas de la extracción de minerales.

Muchos intentan captar más valor de sus minerales, aumentando el procesamiento y la fabricación de valor añadido a nivel nacional. Algunos también intentan controlar la oferta, nacionalizando los recursos minerales, introduciendo controles a la exportación e incluso proponiendo carteles.

Si antes algunos de estos países ricos en recursos eran víctimas de una explotación que puede remontarse a la época colonial, ahora se están empoderando para retomar el control de sus destinos.

Sólo en los últimos 12 meses, Zimbabue y Namibia prohibieron las exportaciones de litio en bruto; Chile aumentó el control estatal sobre la extracción de litio; mientras que México sumió a su naciente industria del litio en la incertidumbre con una nueva revisión de las concesiones mineras. Por su parte, Indonesia añadió el control de las exportaciones de bauxita (ingrediente clave del aluminio) a su prohibición preexistente de exportar mineral de níquel en bruto.

“Todos los gobiernos buscarán un acuerdo con la industria minera que sea justo, que beneficie al país y a la industria”, afirma Jakob Stausholm, consejero delegado de Río Tinto, que también ha estado negociando recientemente en Chile y Mongolia.

Aunque rechaza la idea de que el creciente “nacionalismo” esté detrás de todo esto, reconoce que se ha producido un cambio. “Probablemente cada vez será más difícil limitarse a extraer y exportar; muy a menudo una nación quiere tener algunas instalaciones de procesamiento asociadas a la minería”.

El sutil cambio de poder hacia los productores de los codiciados metales de las baterías es similar a otros cambios de materias primas del pasado, como el auge del carbón durante el siglo XIX. Pero, ¿hasta dónde llegarán los productores para aprovechar este momento? ¿Y cuánto tiempo podrán hacerlo durar?

La oportunidad de Indonesia

Indonesia es el ejemplo perfecto de aprovechamiento del valor de los materiales, ya que produce casi la mitad del níquel del mundo, un ingrediente clave de las baterías de los coches eléctricos.

Años de controles a la exportación de níquel en bruto ya han conseguido crear una amplia industria nacional de fundición, así como plantas de baterías y varias fábricas de vehículos eléctricos.

Después de que el país prohibiera las exportaciones de níquel en bruto en 2014, atrajo más de US$ 15.000 millones de inversión extranjera en el procesamiento de níquel, principalmente de China. En la actualidad, Indonesia ha prohibido las exportaciones de todo tipo de productos, desde mineral de níquel hasta bauxita, y el año que viene entrará en vigor la prohibición de exportar concentrado de cobre.

Pero no todo el mundo está de acuerdo con estas políticas: la UE las ha impugnado ante la Organización Mundial del Comercio y ha ganado una primera vista. Indonesia ha recurrido el veredicto.

Pero los funcionarios del gobierno afirman que los esfuerzos del país por desarrollar la industria nacional y fomentar la fabricación están sacados directamente del mismo libro de jugadas que los países occidentales utilizaron hace un siglo.

“No es algo que hagamos de la nada”, afirma el ministro de inversiones, Bahlil Lahadalia. “Estamos aprendiendo de nuestros homólogos de los países desarrollados, que en el pasado recurrieron a estas políticas poco ortodoxas”.

Señala el modo en que el Reino Unido prohibió las exportaciones de lana cruda durante el siglo XVI para estimular su industria textil nacional. O Estados Unidos, que aplicó elevados impuestos a la importación en los siglos XIX y XX para fomentar la fabricación nacional.

Lahadalia quiere ir un paso más allá y crear un cartel al estilo de la OPEP para mantener altos los precios del níquel y otros materiales de las baterías. “Indonesia está estudiando la posibilidad de formar una estructura de gobierno similar (a la de la OPEP) con respecto a los minerales que tenemos”, afirma.

Ocurra o no, el auge del níquel ha dado sin duda a Indonesia un perfil más alto. Cuando el presidente Joko Widodo visitó EEUU el año pasado, se reunió tanto con el presidente Joe Biden en Washington como con el CEO de Tesla, Elon Musk, en una escala fuera de ruta en Boca Chica, Texas.

Widodo dijo después que animó a Musk a construir toda la cadena de suministro de Tesla en el país, “de arriba a abajo”.

Ventana de oportunidad

Sin embargo, no todos los países seguirán la misma trayectoria que Indonesia.
Según un nuevo informe de la Agencia Internacional de Energías Renovables, los productores de metales podrán ejercer influencia a corto plazo, mientras la producción esté concentrada y la demanda crezca, pero es improbable que tengan el tipo de poder geopolítico duradero del que disfrutan los productores de petróleo y gas.

Uno de los retos es que los metales de las baterías, como el litio, están bien distribuidos por todo el planeta, al menos en términos de reservas geológicas, si no de producción minera real. Los elevados precios actuales del litio están haciendo que resulte eficiente explotar yacimientos a los que antes era demasiado caro acceder, e impulsando la expansión de la minería de litio en roca dura en lugares como China y Australia.

Un ejemplo de cómo puede cambiar la producción de minerales es la minería del litio en Sudamérica. Chile es hoy el principal productor de la región, pero su vecina Argentina, con políticas mineras más favorables a las empresas, podría superarle.

Las 23 provincias argentinas controlan sus propios recursos naturales y han cortejado con entusiasmo el negocio minero. En los últimos tres años se han anunciado inversiones en litio por valor de US$ 9.600 millones, y hay 38 proyectos en cartera.

“La inversión en litio nunca se ha detenido y creo que eso tiene que ver con el hecho de que estamos abiertos a la inversión privada y con la incertidumbre sobre las políticas que se están aplicando en otros países”, afirma Fernanda Ávila, ministra de minería de Argentina.

Un ejemplo de cómo puede cambiar la producción de minerales es la minería del litio en Sudamérica. Chile es el principal productor de la región, pero Argentina, con políticas mineras más favorables, podría superarle.

La posición anómala de Argentina entre los países sudamericanos que poseen litio le ha ayudado a atraer inversiones, incluso cuando éstas se han agotado en otros sectores de la economía en medio de una inflación de tres dígitos.

Aunque algunos políticos del “triángulo del litio” de Sudamérica -Chile, Argentina y Bolivia- han planteado la idea de crear un cartel del litio al estilo de la OPEP, Ávila no se muestra muy entusiasmada con la idea. Aunque “tenemos muy buena relación con nuestros países vecinos”, dice, “no es un tema que esté en la agenda”.

Esta es otra de las razones por las que producir metales para baterías es diferente a producir petróleo: es muy difícil formar un cartel con éxito.

Durante el siglo XX, varias materias primas clave estuvieron controladas por carteles. El estaño se gestionó a través del Consejo Internacional del Estaño desde los años ‘50 hasta los ‘80, e Indonesia, Bolivia y el entonces Congo Belga eran miembros productores. Del mismo modo, los productores de café se unieron en una organización durante los años ‘60 y ‘70, y los productores de caucho natural mantuvieron un cártel hasta los años ‘90.

John Baffes, jefe de la Unidad de Materias Primas del Banco Mundial, que ha estudiado estos grupos, afirma que los carteles que tienen éxito presentan tres características: un número reducido de productores, un objetivo bien definido, en un plazo corto.

Baffes cree que será difícil que los productores de metales para baterías formen carteles. “Puede que algunos países se unan para crear un entorno que les beneficie, como mantener los precios altos”, dice. “Pero eso será el germen del fracaso, porque entrarán más entidades, de fuera del grupo”.

La velocidad a la que evolucionan las tecnologías de baterías y cambian sus ingredientes también podría socavar los esfuerzos de cartelización.

A diferencia del petróleo, que es muy difícil de sustituir como fuente de combustible, los metales de las baterías tienen un riesgo de sustitución mucho mayor. Los laboratorios que desarrollan nuevas químicas para las pilas evolucionan constantemente sus fórmulas para utilizar menos metales caros o difíciles de adquirir.

Esto ya está empezando a ocurrir con el cobalto, que los fabricantes de automóviles intentan reducir en sus baterías debido a su elevado coste, así como a la preocupación por los derechos humanos en la RDC.

Como ejemplo de lo rápido que puede cambiar el panorama de la demanda, el uso de baterías sin cobalto en China ha pasado del 18% del mercado de vehículos eléctricos en 2020 al 60% este año, según Rho Motion, una consultora especializada en vehículos eléctricos. Las baterías ricas en manganeso también están en el horizonte, lo que podría reducir aún más el uso de cobalto.

“Una de las consecuencias del aumento de las baterías sin cobalto es que la escasez de cobalto prevista para 2024 y 2025 podría no materializarse”, afirma Andries Gerbens, operador de Darton Commodities. “Puede sugerir que los precios del cobalto sigan siendo más bajos”.

La reciente caída de los precios del cobalto, el níquel y el litio podría frenar los esfuerzos de los países productores por extraer más renta y aumentar la fabricación nacional. Después de que el cobalto y el litio experimentaran un enorme repunte de precios en 2021 y 2022, impulsados principalmente por la demanda de baterías de vehículos eléctricos, el mercado este año ha estado mucho más tranquilo.

Una ralentización de la producción china de vehículos eléctricos, combinada con un aumento de la producción de hidróxido de cobalto y carbonato de litio, ha hecho que sus precios bajen un 30% y un 40%, respectivamente, durante los seis primeros meses del año, según Benchmark Mineral Intelligence.

Los mineros veteranos afirman que este ciclo ya se ha repetido muchas veces. El nacionalismo de los recursos tiende a aumentar cuando los precios de las materias primas son altos o cuando se acercan las elecciones, afirma Mick Davis, fundador de Vision Blue Resources y ex director ejecutivo de Xstrata.

En estos tiempos, “(los políticos) inevitablemente intentan captar más renta de la que inicialmente habían previsto y acordado”, dice Davis. “El resultado siempre acaba en lágrimas. Significa que el desarrollo de sus recursos minerales tarda cada vez más en producirse”.

Carpe diem

Sin embargo, mientras el ciclo sigue permitiendo a los países productores flexionar sus poderes, éstos intentan aprovechar el momento como pueden.

A principios de este año, Chile, segundo productor mundial de litio, anunció un plan para seminacionalizar la industria: cederá un mayor control de dos gigantescas minas de litio en el desierto de Atacama a una empresa minera estatal cuando finalicen los contratos actuales en 2030 y 2043, y tanto esos proyectos como todos los futuros se convertirán en asociaciones público-privadas.

El Presidente chileno, Gabriel Boric, afirmó que el plan para aumentar el control estatal del litio es la mejor oportunidad que tiene Chile para convertirse en una “economía desarrollada” y distribuir la riqueza de una forma más justa. “No más ‘minería para unos pocos’. Tenemos que encontrar la manera de repartir los beneficios de nuestro país entre todos los chilenos”, dijo.

Y muchos productores están consiguiendo dar pasos hacia arriba en la cadena de valor, en un intento de crear un crecimiento económico sostenible. En la RDC se está construyendo la segunda fundición de cobre del país, cerca de la mina de cobre de Kamoa-Kakula.

Chile, por su parte, ofrece precios preferenciales en el carbonato de litio a las empresas que instalen proyectos de litio de valor añadido en el país. La primera en hacerlo fue la china BYD, uno de los mayores fabricantes de vehículos eléctricos del mundo, que anunció en abril que construiría una fábrica de cátodos de litio en el norte de Chile, con 500 puestos de trabajo previstos en la fase de inversión.

Argentina abrirá en septiembre una pequeña fábrica de baterías de iones de litio, la primera de América Latina, a la que seguirá otra mayor el año que viene. Propiedad de la empresa estatal de investigación energética Y-TEC, la planta de la provincia de Buenos Aires utilizará litio extraído en Argentina por la empresa estadounidense Livent para producir el equivalente a 400 baterías de vehículos eléctricos al año.

Los intentos de Indonesia de crear una industria de vehículos eléctricos están dando sus frutos a una escala aún mayor. A principios de año, Ford anunció una inversión multimillonaria en una planta de procesamiento de níquel. Este verano, Hyundai puso la primera piedra de una planta de baterías, su segunda fábrica en el país.

Mientras la transición energética empieza a remodelar los sistemas de poder y riqueza que dominaron el siglo XX, los nuevos productores de metales para baterías no han hecho más que empezar. Muchos ven este cambio en la dinámica del poder como un cambio bienvenido.

“Es absolutamente esencial que reescribamos el legado de la industria minera, para que los países ricos en minerales puedan captar una mayor parte del valor económico”, afirma Elizabeth Press, directora de planificación de Irena y autora del informe sobre minerales críticos. “Vemos una mayor conciencia por ambas partes de que las cosas no pueden seguir como estaban”.

Un ejemplo de cómo puede cambiar la producción de minerales es la minería del litio en Sudamérica. Chile es el principal productor de la región, pero Argentina, con políticas mineras más favorables, podría superarle.

Fuente: DFMas

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